Texto: ¿Y qué pasa con los bárbaros?

Fernando Ruchesi (Universitat de Lleida / Universidad Nacional del Nordeste)

 

La gente a menudo me pregunta por los bárbaros pero no utiliza esta palabra para referirse a ellos. Estudiantes y personas que poseen interés general en la historia se acercan a mí hablándome de los “germanos”. Yo suelo responder con una pregunta provocadora: “¿Los germanos? ¿Quiénes eran esos?” Es una respuesta con un poco de trampa, sí, pero tiene el objetivo de intentar generar reflexión. Normalmente asociamos a estos “bárbaros” con varios conceptos o imágenes: en primer lugar, los germanos –vamos, que todos eran germanos y que, por ende, hablaban algo similar al alemán–. En segundo término, las invasiones y, finalmente, la “destrucción” de Roma. No en vano, la cultura popular ayudó a esparcir estas imágenes a lo largo del siglo XX, algo que continúa en la actualidad. Pensemos en Conan el Bárbaro o en muchas de las películas de aventura y acción de la gloriosa década de los 80, los films poco conocidos del género “sword & sorcery”, por ejemplo. Es un fenómeno que cobró fuerzas en las últimas décadas, gracias a la aparición de series de televisión (en la actualidad, principalmente por streaming). Pero ello fue también impulsado por el surgimiento de grupos de Hard Rock o Heavy Metal que adoptan temáticas líricas basadas en las historias y mitos de estas comunidades, junto con elementos estéticos también basados vagamente en cómo habrían lucido estos individuos (los salvajes vestidos con pieles de lobos u osos… o de roedores de los bosques, como la caracterización que hizo Amiano Marcelino sobre los hunos, hacia fines del siglo IV). Por supuesto, circulan otras asunciones y creencias sobre estas comunidades pero creo que, para comenzar, podemos concentrarnos en estos puntos.

Comenzaremos abordando el primer aspecto, el de “los germanos” que, además, nos posibilitará adentrarnos un poco en las cuestiones identitarias. El término no está siendo utilizado de manera errónea, pues aún se encuentra en uso por una parte importante de la comunidad académica y de docentes universitarios (especialmente, los castellano-parlantes). Pero, pese a ello, hemos de preguntarnos: Si eran “germanos”, entonces, ¿por qué no nos ha llegado prácticamente ningún testimonio, por parte de ellos, que nos pruebe que se consideraban a sí mismos germanos? Claro, la excepción podría ser la inscripción del siglo IV hallada en Panonia, el epitafio de aquel soldado franco que dice Francus ego cives romanus miles in armis y que se podría traducir literalmente como “soy un ciudadano franco [pero] cuando [tengo] las armas, soy un soldado romano”. Sin embargo, utiliza el término Francus y no el término germanus. Así, podemos comenzar a entender que se trató de un término utilizado por los romanos para designar a un conjunto muy amplio de pueblos que, digamos, habrían hablado lenguas similares entre sí. Los germanos no escribieron, no nos dejaron textos, y lo poco que sabemos sobre ellos y que, a su vez, nos da pie para decir que eran germanos, son algunos de sus nombres que, claramente, tienen relación con lenguas germánicas antiguas. Bueno, a ver, también contamos con copias del siglo VI de la Biblia Gótica: la traducción de la Biblia que llevaron a cabo el obispo arriano Ulfila y sus seguidores a fin de cristianizar a los godos durante el siglo IV. Pero, pese a esto, nosotros no podemos conocer cómo se auto-identificaban estos grupos. El término germano es un “término sombrilla” (an umbrella term) utilizado por los romanos para generalizar a todas aquellas comunidades situadas al norte de la frontera natural que constituían los ríos Rin y Danubio. Se trata de un vocablo que aparece ya en época de Julio César, más precisamente, en su Comentario de la Guerra de las Galias. César diferenciaba, por ejemplo, a los germanos de los celtas. Así, podríamos decir que germano es una construcción historiográfica para facilitarnos la comprensión y el estudio de estos temas (como ocurriría, de manera similar, con el término bizantino). De todas maneras, no todos vamos a ser o tenemos que ser expertos en Historia de la Antigüedad tardía o de la Temprana Edad Media. Pese a esto último, creo que reflexionar sobre estas cuestiones puede sernos útil para comprender cómo funcionan las construcciones identitarias y el uso de estereotipos en nuestro presente pues, después de todo, se trata de mecanismos ideológicos utilizados por los círculos hegemónicos de turno para designar al “otro” y a todo aquello que no encajase con su esfera cultural o de intereses. Hemos de considerar que las identidades son fluidas y cambiantes. Y también lo eran en la Antigüedad tardía y en la Temprana Edad Media, como ya han demostrado muchos de los trabajos de la Escuela de Viena. Las identidades forman parte de la cultura y, por eso, tal como sucede con las lenguas, se encuentran en constante cambio. Por ello, tenemos este epitafio del soldado franco que decía ser franco pero que se convertía en un romano cuando llevaba armas. No conocemos el nombre de este individuo pero sí sabemos de otros personajes por sus nombres, gracias a los trabajos de prosopografía, especialmente, la Prosopography of the Later Roman Empire (que, quiero creer, es una de las más conocidas y citadas). Los nombres son importantes, pues nos pueden dar a entender, como una primera impresión, que algún personaje habría sido romano o germano o bárbaro. Sin embargo, ya Guy Halsall dio a entender que la onomástica no es un camino completamente válido y falto de problemas para reconstruir o entender las identidades y filiaciones ideológicas de estas personas. Un individuo podía tener un nombre no-romano pero actuar como un romano y ser parte de ese sistema socio-cultural y de valores.

Ahora bien, el segundo punto, como mencionamos, tiene que ver con las mencionadas invasiones germánicas. En muchos de los programas de historia de la Edad Media de las universidades latinoamericanas aún se habla de la “primera oleada” de invasiones. El término invasiones, entonces, nos puede hacer pensar –o no– en dos cosas. En primer lugar, que existía una unidad absoluta entre todas estas comunidades y que, además, habían planificado estas incursiones e invasiones, pues se trata de eso: una acción estratégica planificada en conjunto para tomar un territorio por la fuerza. Si miramos hacia atrás en el tiempo, esta propuesta no carecería de sentido, puesto que fue sostenida por historiadores de la segunda postguerra que veían a los germanos en los invasores nazi, su expansión por medio de la guerra y las atrocidades bien conocidas que cometieron. Ello tampoco era difícil de considerar si tenemos en cuenta que el nacionalsocialismo alemán utilizó el antiguo pasado germánico para fundamentar el presente y el accionar del Tercer Reich, a modo de propaganda ideológica. En este proceso, el Reich hundía sus raíces en el pasado remoto y sus ciudadanos eran los descendientes directos de los germanos que Tácito había caracterizado en su Germania (y la Arqueología, siendo utilizada de mala manera, cumplió, lamentablemente, un papel fundamental en este proceso).

Pero, volviendo a la cuestión de las invasiones, dentro de esta perspectiva historiográfica, los germanos destruyeron a la civilización romana, que tanto provecho había traído al bienestar de la humanidad gracias a los avances en ingeniería y literatura que esta “civilización” había aportado al mundo conocido. Tras la muerte de Roma, el mundo se sumiría en la tenebrosa Edad Media, llena de superstición, oscuridad, salvajismo, violencia absoluta y colores grises que ya todos conocemos gracias a Hollywood. Y esto tuvo lugar de manera tan rápida y sencilla como uno puede encender el interruptor de la iluminación de una habitación. Así, al menos, suelen comprenderlo la mayoría de los estudiantes que se inician en el estudio de la Edad Media, para quienes los procesos aún son difíciles de comprender. Y no nos engañemos, proceso es una de las palabras más recurrentes y utilizadas en la jerga de los historiadores. Además, ¿quién puede definir proceso de manera sencilla, efectiva y rápida? Sería igual de difícil que definir hombre o humano (exceptuemos aquí la clásica frase que afirma que un hombre es “una miserable y pequeña pila de secretos”). Y es que, en este ámbito, cualquier proceso es fácilmente desplazado por nuestro interruptor de la iluminación que, en este caso, no es otro que una gran fecha para conocer la muerte de Roma: el 476, más precisamente, el 4 de septiembre.

Bueno, más allá de que la prosa que estoy utilizando está cargada de ironía (y en verdad me la estoy pasando muy bien con ello), entonces, vamos a preguntarnos: ¿Qué pasó en el 476? Normalmente, una gran parte de los estudiantes que están cursando Historia Medieval o que se inician en la carrera de Historia dirán que Roma cayó porque, al menos en (muchas partes de) Argentina, eso es lo que se les enseña en la escuela secundaria. El proceso es, obviamente, mucho más complejo y el siglo V es un período largo y apasionante para estudiarlo en profundidad. Y está cargado de eventos y sutilezas que, lamentablemente, no suelen ser abordadas en profundidad en las cátedras universitarias debido a la sempiterna carencia de tiempo. El 476 representa la deposición del último “emperador” romano, un joven conocido como Rómulo Augústulo, nombre que fue traducido como Rómulo el pequeño emperador o el “emperadorcito”, por algunos autores. Era el hijo de un militar llamado Orestes, que contaba con el cargo de Magister Militum (algo así como comandante general del ejército) y que no poseía demasiada legitimidad (Augústulo, por ejemplo, no fue reconocido por el emperador de la pars orientalis). Tenemos que tener en cuenta que, para la segunda mitad del siglo V, la parte occidental del imperio se limitaba a Italia y algunas posesiones en el sur de la Galia. El resto de los territorios fueron ocupados paulatinamente por estos germanos. Lo irónico es que, en la actualidad, ya tenemos teorías muy sólidas que prueban que estos invasores fueron establecidos en esas jurisdicciones por las mismas autoridades romanas, muchas veces a través de mecanismos fiscales (como ya lo ha estudiado en profundidad Walter Goffart hace bastante tiempo). Obviamente, las fuentes también describen episodios que pueden ser categorizados de “incursiones” o “invasiones” y, si somos cuidadosos, podemos utilizar esta terminología. Se trata de los eventos que involucraron a Odoteo en el siglo IV y a los suevos, vándalos, alanos y burgundios en el conocido cruce del Rin, en el 405. Podemos incluir, asimismo, la conocida marcha de Radagaiso (“que era escita y pagano”, como lo había caracterizado Orosio) hacia Italia con sus godos. También hubo incursiones violentas y saqueos, y enfrentamientos con los ejércitos romanos. Y con los ejércitos “bárbaros” que los romanos utilizaban (principalmente el visigodo), en calidad de foederati para combatir a estos otros “bárbaros”. Es decir, no todo fue color de rosa tampoco pero este tipo de situaciones violentas no son algo privativo de la historia del siglo V. Lo que hemos de tener en cuenta es que, a lo largo de esa centuria, el imperio de Occidente fue cediendo territorios y estableciendo a estas gentes a cambio de la ayuda militar que proporcionaban al Estado romano. Y, a partir de todo ello, Halsall indicó que las migraciones bárbaras tuvieron lugar por la crisis del imperio romano tardío y no al contrario. Y ambas partes se beneficiaron mutuamente, en cierto sentido: el Imperio utilizó a muchos de estos grupos como mano de obra militar para deshacerse de opositores y contendientes romanos al trono u otros grupos bárbaros y, a su vez, los bárbaros lograron adquirir tierras para asentarse en los territorios del Imperio, escapando a la amenaza de los hunos e imbuyéndose de la cultura mediterránea que tanta fascinación les habría provocado. No en vano, Patrick Geary acuñó la legendaria frase: “el mundo germánico fue quizás la creación más grande y perdurable del genio político y militar romano” (“The Germanic world was perhaps the greatest and most enduring creation of Roman political and military genius”). Creo que, más de tres décadas después, es una afirmación que aún da para pensar.

Así, para concluir, podemos volver a preguntarnos entonces: ¿Qué pasa con los bárbaros? ¿Por qué encontramos tanta curiosidad y atractivo por estas comunidades que, muchas veces, se encuentran rodeadas por la niebla de los tiempos y la escasez de documentación? ¿Será por el aura de libertad que los rodea? ¿La idea de que luchaban por sus valores y costumbres? (algo que no podemos probar) ¿Debido a que representan una parte épica del pasado de la humanidad? (¿o así queremos entenderlo muchas veces?). Son preguntas que, en muchas ocasiones, no poseen respuestas lógicas. Sin embargo, sí podemos llegar a construir una lógica que nos permitiese comprender quiénes habrían sido estos bárbaros y qué papel tuvieron en el siglo V. Y para ello, creo, no tenemos otro remedio que intentar conocer y leer las fuentes, los testimonios de esa época, junto con la bibliografía actualizada sobre el tema. No es una tarea sencilla y muchos no estarán dispuestos a llevarla a cabo. Y eso tampoco está mal, puesto que no es una obligación. En la actualidad, con la cantidad de recursos de que disponemos, gracias a la internet, tampoco es una cosa imposible. En este punto, habríamos de abogar por intentar leer y entender el pasado sin recurrir a las estructuras e imaginarios de nuestro presente (algo que tampoco es sencillo). Y despejar los estereotipos y entrenarnos para comprender cómo funcionan los procesos debería ser otra meta que nosotros, los docentes, habríamos de proponer a nuestros estudiantes más a menudo (o, al menos, con más tenacidad). El imaginario antiguo y actual sobre los bárbaros y la consiguiente caída de Roma son una prueba elocuente de que estas medias son necesarias.

 

Obras de consulta:

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Herwig Wolfram, The Roman Empire and Its Germanic Peoples, Trad. Thomas J. Dunlap, Los Angeles, University of California Press, 1997.


Publicado em 10 de Novembro de 2022.

Como citar: RUCHESI, Fernando. ¿Y qué pasa con los bárbaros? Blog do POIEMA. Pelotas: 10 nov. 2022. Disponível em: https://wp.ufpel.edu.br/poiema/y-que-pasa-con-los-barbaros/. Acesso em: data em que você acessou o artigo.

 

 

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