Mucho se habla sobre la flexibilización del Mercosur, y se introduce un equívoco grande con este concepto, que sugiere que el Mercosur ha supuesto una serie de rigideces que nuestro país habría padecido por pertenecer a él.
Excepciones.
Ya desde el principio en Ouro Preto, Uruguay dispuso de plazos especiales de adecuación al arancel cero intrazona, y también —suele olvidarse— plazos muy especiales para la aplicación del arancel externo común (AEC). Transcurrido ese proceso, Uruguay mantuvo un elevado y creciente número de excepciones para múltiples posiciones arancelarias, y sostuvo a la vez todos sus regímenes especiales de importación, en cuyo ámbito tampoco se aplica el AEC. Solo por mencionar los más conocidos, y en adición al listado de posiciones en las que nos exceptuamos del AEC, cabe recordar nuestros regímenes especiales de insumos agropecuarios y maquinaria agrícola, el régimen de la ley forestal, el de promoción del turismo, la admisión temporaria, las zonas francas, el régimen de bienes de capital, etc. Todos pueden tener alguna justificación pero la realidad es que son excepciones que configuran una gigantesca flexibilización. Más aún; en materia arancelaria y respecto de las exigencias teóricas del bloque, hemos hecho lo que hemos querido. Peor aún; en muchos casos se utilizaron estos regímenes para aumentar la protección efectiva de múltiples actividades industriales, bregando por mantener el arancel de productos en tanto se reducen en los insumos.
En lo agropecuario, además de los regímenes mencionados hay otras flexibilizaciones. Cito solo algunas de derecho y otras de hecho. Entre las primeras están nuestros estatutos en materia azucarera y vitivinícola, donde hemos hecho exactamente lo que se nos dio la gana. No me olvido tampoco de cláusulas especiales de origen en materia de importación de lácteos, entre otras. Y en cuanto a las realizadas con agravio total a lo firmado tenemos todo nuestro régimen en materia de pollos, de carne de cerdo, lo referido a la granja con su encierro “sanitario” trucho, el régimen aceitero, el de permisos previos para exportar o importar, etc. Recuérdese asimismo todas las veces que al importar trigo lo hicimos negando la preferencia firmada, al igual que lo hacen los socios.
No debe olvidarse tampoco nuestro tratado de libre comercio con México, a partir de buena habilidad negociadora, pero sin duda forzando las exigencias escritas. Tenemos también como muestra de elasticidad, el ingreso de Venezuela al Mercosur, con exclusión de todo compromiso comercial —esto sí que es flexibilización— y solo por honrar ideologías. Y culminando en una apoteosis flexibilizadora estuvo aquel primar de lo político sobre lo jurídico que, en un alarde de decisión vergonzante, promovió la expulsión de Paraguay del Mercosur.
De manera pues que tanto en lo comercial como en lo político se ha hecho lo que se ha querido, y esto no es precisamente algo bueno; no se puede ser parte de un espacio de integración cumpliendo o no obligaciones comerciales, tomando atajos escondidos, o aplicando la viveza criolla. Y esto es lo que hemos hecho.
¿Rigideces?
Nos quedan dos episodios, uno muy conocido y otro menos, en los que hemos recibido rigideces del Mercosur. La primera es el abortado acuerdo con Estados Unidos. Pero aquí hay que consignar que fue el gobierno del Dr. Vázquez que lo liquidó, no las opiniones contrarias del Mercosur. De modo que el acuerdo murió antes de nacer pero por voluntad propia.
Y queda el tema de la OMC menos conocido, donde por el cambio ideológico del Brasil de Lula, debimos dejar las posiciones netamente ofensivas que en materia de comercio agrícola sosteníamos en el Grupo de Cairns. Pero aquí otra vez, el gobierno socialista estaba más por las posiciones defensivas de Brasil —el estribo famoso— que por las ofensivas que nos asociaban a Australia, Nueva Zelanda, etc.
Bienvenido pues el cambio de Brasil y Argentina, que puede potenciar la voluntad de acuerdos con Europa, China o el Pacífico. Hay allí oportunidades que requieren un cambio consensuado del estatuto original de la unión aduanera, ya que los cuatro países fundadores están de acuerdo. Pero de lo que tengo grandes dudas es de las voluntades domésticas de abrir fronteras en todos esos mercados. Precisamente el partido de gobierno no es nada claro respecto de esas aproximaciones.
Y sobre todo tengo mis dudas respecto de las famosas flexibilizaciones totales, que solo son posibles en acuerdos de integración de muy baja calidad. Si son diferentes —y esto parecen ser los firmados con Europa o China— después habrá que cumplirlos aunque duela, ya que la elasticidad no puede ser una especie de patente de corso para negar preferencias, poner trabas a los socios, volvernos incumplidores seriales, o para justificar cualquier cosa, tal como ocurre hoy en un Mercosur muy diferente al que imaginamos los que nos entusiasmamos con la posibilidad de un proyecto común, sin las flexibilizaciones de la viveza criolla o de un nacionalismo trasnochado.
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